José Guerra/Sahuayo.
La manos Hábiles de Virginia Ávila enhebran el hilo en la aguja y con el sombrero entre las piernas ensarta y saca maquinalmente la punta de acero para fijar los adornos de los sombreros que han dado fama a esta ciudad, y por ello recibe apenas 2 pesos por pieza terminada.
Sentada en una silla en la media puerta de su vivienda Virginia tiene la pila de sombreros de un lado y el barbiquejo y el forro del otro y mientras explica la labor sus manos incesantes como con memoria propia siguen metiendo y sacando la punta de acero para fijar el cuero a la fibra de palma que forma el sombrero.
Gana por esta labor dos pesos por cada sombrero terminado y por más que intenta las horas no rinden pues desde el alba hasta la noche la habilidad de las manos y la fuerza del cuerpo le alcanzan apenas para ochenta piezas por día.
Son labores sin sueldo fijo, sin patrón establecido pues está sujeta a la ley de la oferta y la demanda y a veces simplemente no hay trabajo para ella y su familia y a esperar a que los productores de sombrero y huarache entreguen en diversos hogares los materiales para trabajos específicos en estas dos artesanías.
La cas es grande, de una pieza, el calor es intenso y la mujer habla y borda al mismo tiempo mientras el aire sopla para dar un respiro al calor infernal que agobia a la ciudad.
Cada uno de estos sombreros vale en el mercado sus trescientos o trescientos cincuenta pesos aunque la mayoría viajan a los Estados Unidos donde está garantizada ya su comercialización en casi 40 dólares.
En tanto los armadores y los trabajadores de piezas específicas cobran a destajo, por productividad, entre dos y dos pesos con cincuenta centavos y se levantan apenas raya el sol con la intención de hacer más de 80 piezas en un día para obtener un salario digno y no siempre se puede.