Por supuesto que no pongo en duda el valor del contenido de la obra de Fuentes, sino el destino. Se trata de cuestionarnos de qué nos ha servido como país, como mexicanos, haber albergado las obras y pensamientos de intelectuales de la talla de Fuentes, pero sobre todo, de ser hospedantes de una gran cantidad de pensadores que han desarrollado aquí su obra, sin que esto parezca estar influyendo en la forma como se desarrolla nuestra sociedad.
Si vemos el contenido de las campañas políticas de todos los candidatos, desde quienes aspiran a la presidencia hasta los que van por un municipio, llegaríamos a la conclusión de que somos un país peleado con las ideas, un país en donde gana el que mejor uso hace de la distribución de gorras, bolsas, sombrillas, calcomanías, o el que organiza mejores bailes con las bandas más populares, o aquel que es capaz de repetir un par de slogans hasta el cansancio, porque las campañas políticas son todo, menos una fuente de ideas y de propuestas con sentido.
Y por otro lado tenemos un país que genera pensadores de la talla de Fuentes, como Octavio Paz, Poniatowska, José Emilio Pacheco, Pablo Ignacio Taibo II, Elena Garro, Gustavo Sainz, Enrique Krauze, Jorge Castañeda Rosario Castellanos, Eduardo Lizalde, Vicente Leñero, Carlos Monsivais, Sergio Pitol, por mencionar algunos de los más representativos de todas las corrientes ideológicas, y sólo son los contemporáneos, es decir, una gama de obras y publicaciones, una importante generación de ideas, que al parecer, no llegan a la población.
Quizá una de las consecuencias más perversas de nuestro sistema político, independientemente de qué partido lo detente, es haber provocado ese rompimiento del hilo conductor que debería existir entre un pensador y la gente que lo puede leer para enriquecer las ideas propias: desde la censura de intelectuales a manos de gobiernos priístas que nos acostumbraron a no permitir la crítica, pasando por la reprobación de “la izquierda” de cualquier texto que los contradiga, porque “está al servicio del imperialismo”, hasta el susto que se llevó Carlos Abascal cuando se enteró de que su hija leía cosas pecaminosas en “Aura”, el sistema político mexicano es un sistema que nos enseñó a ver a los pensadores como seres extraños a los que es imposible entender.
En serio, ¿y para qué nos sirve la obra de Carlos Fuentes si la mayoría prefiere podrirse el cerebro con Paulo Cohelo y séquito?