Noé Ortiz
Aunque conozco la consecuencia que tiene en la práctica, sigo siendo partidario del voto nulo para manifestar el descontento, y es que, si bien es cierto que en nuestro sistema electoral actual provoca que de rebote salga beneficiado quien va en primer lugar en las tendencias, en vez de darle un efecto a la manifestación de disgusto por anulación, es responsabilidad de los legisladores corregirlo, y no de los ciudadanos evitarlo.
Forzar a que se elija una opción, cuando ninguna convence, atenta contra los derechos del ciudadano al impedirle tener el control de la vida política, en el único acto en el que nuestra democracia nos permite participar.
En esta elección federal, como ninguna otra, saldrá elegido un gobierno integrado por “lo menos peor”, ya que la decidirán aquellos que van a votar por un candidato con la única esperanza de que no sea “el del otro partido” el que llegue: para panistas y priístas ese otro es AMLO, para perredistas y panistas en EPN, y para priístas y perredistas es JVM; muchos ejercerán un “voto útil”.
Para muchos de los que no pertenecen a alguna de las porras oficiales, van a votar no por quien representa su ideología, ni con quien se sienten identificados con su plataforma, trayectoria o propuestas, sino porque que es “el menos peor”: la opción con la que creen, no nos va a ir tan mal. Fuera de los que conforman el voto duro, los electores irán hipnotizados por la promesa del “voto útil”, que no es sino la negación del derecho a la inconformidad.
Votar nulo es una manifestación de inconformidad que implica el no afectar para bien o para mal las tendencias electorales en beneficio de quien va en primer lugar, pero a final de cuentas, una manifestación individual de inconformidad. El voto nulo no genera en el ganador un compromiso de atender a quienes acudan inconformes a las urnas, aunque se preocupe por el índice de anulación obtenido.
Pero hacer un voto útil votando por el menos peor, le conferirá al ganador la equivocada sensación de que la mayoría lo prefiere, desvaneciendo del panorama cualquier asomo de cuestionamiento sobre la legitimidad de su elección, con lo que queda sepultada cualquier posibilidad de darle a la anulación del voto un efecto en beneficio del ciudadano.
Si los políticos estuvieran comprometidos con la democracia le darían un valor a la anulación del voto, pero si no lo están, entonces que no responsabilicen al ciudadano que decida votar nulo.