Noé Ortiz
Indudablemente el tema del debate fue la silenciosa participación de la edecán y playmate, Julia Orayen: el día de ayer, en la página de youtube, bajo la búsqueda “debate presidencial” aparecían 15 videos relacionados con el tema, mientras que bajo el tópico “la edecán del debate”, más de 25.
El que un hecho que debería de ser anecdótico (una mujer atractiva que distrae momentáneamente la atención de el Primer Debate de candidatos a la presidencia), se vuelva asunto principal sólo quiere decir que el debate careció de todo sentido, interés e importancia.
El tema no es si fue atinada o desatinada la aparición de la chica, sino saber por qué motivo un debate entre candidatos a la presidencia, esos que dicen quieren dirigir nuestro destino, no despierta el interés de los electores.
Por una parte está el hecho de que nuestro sistema no es democrático, sino oligárquico, y esa oligarquía (grupo de privilegiados entre quienes se rola el poder) está conformada por los partidos políticos, bien diseñada para dejar fuera de la jugada al ciudadano que, queriendo participar, no pertenezca al grupo.
Y como todos los partidos tienen cola que les pisen, el marco legal que preparan a través del Congreso de la Unión para estos debates y encuentros, están especialmente cuidados para evitar desencuentros que en verdad vulneren su espacio de poder. Al final de cuentas, en nuestro sistema no importa quién gane o quién pierda siempre y cuando el poder no salga de ese coto.
En el mejor de los casos, hablar de Julia Orayen en el debate, desvaneciendo del panorama la sosa, gris, insulsa y artificial participación de los candidatos, incapaces de hacer de un espacio de opinión pública una vitrina para el contraste de ideas y la reflexión política, porque ninguno de ellos es portador de ideas ni les interesa hacer reflexión política, es romper un poco con esa oligarquía, como una muestra de que lo que termina siendo interesante para la gente, nada tiene que ver con los partidos y sus candidatos.