Noé Ortiz
Nada diferencia a los religiosos de la Nueva Jerusalén que impiden la impartición de clases en su comunidad, de los maestros del CNTE que impiden, ciclo con ciclo, que los alumnos acudan a la totalidad de las clases a las que tienen derecho de recibir. Lo que me extraña es que mientras el conflicto de los primeros se vea con enojo y asombro, el provocado por los segundos sea tolerado.
Ambos grupos asumen que son los poseedores de la única verdad posible en materia de educación, que sólo es válida su percepción de lo que ésta debe ser y que no hay cabida para ninguna opción diferente que la cuestione o contradiga.
Tanto los religiosos de papá Nabor como los profesores disidentes, asumen que un poder superior los escogió y legitimó para imponer a la fuerza su verdad única e inobjetable, violentando el estado del derecho y privando a los alumnos de la garantía constitucional de la educación. Los primeros de la divinidad, los segundos del poder superior del “bien de la sociedad”.
Coincidentemente, ambos grupos sustentan su fuerza en la ignorancia, pues mientras en la Nueva Jerusalén precisamente buscan mantener a los niños en el estado de pobreza intelectual que vive la comunidad, en donde sólo la palabra bíblica tiene valor, los mentores del CNTE tienen presencia preponderante en Michoacán, Oaxaca y Guerrero, tres de los estados coleros en educación a nivel nacional, y por supuesto, quieren que las cosas se mantengan así.
El punto es que la situación de la Nueva Jerusalén no es excepcional para nuestro estado: los fanatismos hermanan y en este caso, el fanatismo religioso no es sino reflejo del fanatismo político que tiene secuestrada a la educación en Michoacán.
Hace algunas semanas, EL INDEPENDIENTE cuestionó a uno de los líderes magisteriales sobre qué le cambiaría a la prueba ENLACE para que ésta fuera aceptable para el CNTE, cuando respondió: “la verdad es que no conozco el contenido de la prueba”, me quedó claro que su lucha no era por una mejora, sino contra una postura ajena a su grupo. Estoy seguro que es la misma respuesta que dará un líder religioso de la comunidad de Turicato, si le preguntan qué parte del programa oficial cambiaría para permitir la impartición de clases en la Nueva Jerusalén.