Entre lo público y lo privado
Noé Ortiz
¿Tiene la autoridad el derecho de grabar al ciudadano cuando comete una infracción, de la misma manera que éste lo tiene a grabar los abusos de autoridad? Pienso por supuesto en el “city manager” Arne aus den Ruthen que ha hecho de Periscope una herramienta de moda en la exhibición de ciudadanos infractores y que ha generado revuelo en las instancias de Derechos Humanos, llevando a la Asamblea Legislativa a querer reglamentar esta actividad.
Es evidente que no existe el mismo derecho, ya que los principios constitucionales que fundan la actividad del ciudadano y la de las autoridades son opuestos: mientras que el ciudadano puede hacer todo aquello que no le está expresamente prohibido, la autoridad sólo puede hacer aquello que le está expresamente permitido.
Pero esta respuesta no me es suficiente, ya que creo que la tecnología que no se incorpora a la actividad cotidiana, que se queda sólo en el uso recreativo, es tecnología estéril, al menos como herramienta social, porque considero que tras el atropello legal de den Ruthen existe una eficacia mediática para poner en dimensión esa relación entre autoridad corrupta-sociedad corrupta, pues sigo creyendo que aquella no nace por generación espontánea, sino que se nutre de ésta, del ciudadano que hace de la violación a la ley una actitud que lo acompaña cuando se convierte en funcionario.
Pero por otro lado hay que reconocer que el city manager juega al vivo y utiliza la emisión de Periscope no como una herramienta de legalidad, sino para infringir un castigo social al infractor al etiquetarlo con hastags como #LadyBasura o #VecinoGandalla, apostando a la viralización como medida ejemplar, lo que conlleva el riesgo de abuso de poder.
¿Y, entonces, por qué no hubo la misma condena a emisiones como El Show de la Barandilla?, yo creo que en el fondo, aceptamos que el escarnio sea público siempre y cuando tengamos la certeza de que será contra borrachitos, loquitos y raterillos, y no hay riesgo de que manche a la “gente bien”.
Lo que sí sé es que la tecnología va diluyendo cada vez más el límite entre vida pública y privada (lo cual comenzó con la primer fotografía, la inmortalización del momento que estaba destinado al olvido), y tarde o temprano implicará un cambio de conceptos y preceptos de lo que hoy consideramos como lo correcto y lo normal.
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