Vámonos despacio
Noé Ortiz
Obligarme a mí mismo a preparar Papalote en la primer semana del año tiene más bien un sentido de buen augurio, acorde al ánimo optimista que todavía se prolonga hasta pasando el Día de Reyes, y que se va disolviendo poco a poco en la medida en que sentimos más lejana la quincena, o más cerca de las fechas de pagos, según seas empleado o empleador, y que termina desapareciendo definitivamente con los primeros pagos de los regalos adquiriros a 18 meses sin intereses (los estaremos pagando aún después de la siguiente Navidad).
Pero las fechas navideñas, finalmente, son una buena oportunidad para hacer catarsis al estrés de la vida, y aún las compras a plazos tan largos, resultan una manera alcanzable de adquirir bienes lúdicos, de uso, prácticos o de capricho, imposibles de otra manera en una sociedad que aún padece de ingresos bajos (de 2012 a 2014 pasamos de 53.3 millones de pobres a 55.3, aunque la pobreza extrema disminuyó de 11.5 a 11.4).
Y mejor aún si las fiestas navideñas coincidieron con el periodo vacacional pues es el trabajo una de las principales fuentes de desgaste emocional, algo entendible cuando nos enteramos de que México es el último lugar en productividad laboral de la OCDE, debido a la falta de preparación de la fuerza laboral, pero principalmente a la baja preparación escolar.
De ahí es entendible la euforia, esa alegría exagerada que cae en lo falaz, de los festejos navideños, que llevan a expresarla como cohetes, tiros, música a todo volumen, el deseo de ensordecer por un momento a la realidad.
Se acabó, no es una tragedia, los momentos de euforia son tan efímeros como los de duelo, y regresamos a lo ordinario: la vida que en el diario nos da alegrías y tristezas, nos presenta retos y metas, todo, en un ritmo que llamamos cotidianidad.
Vámonos despacito, dejando que la algarabía se diluya de a poco acoplándose a la velocidad de la realidad, como subiéndonos o bajándonos de un tren en movimiento (si, ya sé, casi ninguno lo hemos hecho, pero la metáfora la conocemos bien) para evitar ser arrollados y caer en depresiones post festividades.
A todos mis lectores, de todo corazón, les deseo un 2016 lleno de pasiones, amor, cariño, algo de locura y frenesí; de momentos que los hagan llorar y de muchos otros que los desternillen de risa; un año plagado de grandes satisfacciones y que los tropiezos no les impidan seguir avanzando y por supuesto, que sigamos platicando a través de este Papalote.
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