La jugada le salió bien al padre Ventura: corrió a la Casa de la Cultura tumbándole las bardas, para llevarlas a unas instalaciones que se inundan con cada lluvia, impidiendo que jóvenes y niños puedan tomar cursos y talleres. Mientras por un lado la Iglesia dice preocuparse por la juventud, por la otra les cierra uno de los pocos espacios que tenían en esta ciudad para usar su tiempo libre en actividades productivas, dejándolos en la calle, a merced de los vicios, todo, por hacer más grande el Santuario Guadalupano.