Eduardo Madrigal, Los Reyes
Los nada alentadores resultados obtenidos por los diferentes niveles educativos, deben hacernos reflexionar sobre las mismas, pues en una secuencia de flujo de alumnos en Michoacán, realizada por la Dirección de Planeación de la SEP, se observó que en el ciclo escolar 90-91 ingresaron a primaria 119,514, y seis años después en el ciclo 95-96, solo egresaron 92,978; de estos, en ese mismo ciclo solo ingresaron a educación secundaria 68,914, y tres años después egresaron 48,541; a su vez, solo 38,022 ingresaron a bachillerato, egresando tres años después 23,006; finalmente, en el ciclo escolar 2002-2003, ingresaron al nivel superior 18,457, egresando en el ciclo 2006-2007 solo 12,552; obteniendo una eficiencia terminal desde primaria hasta nivel superior de 10.5%[1].
Uno de los motivos por lo que los alumnos se han desmotivado de la educación, es porque esta se ha descontextualizado de sus actividades cotidianas, es decir, las actividades que se llevan a cabo al interior de las aulas, poco o nada tienen que ver con las situaciones a las que se enfrentan en la vida diaria los jóvenes. A esto, habría que anexar que la evaluación del proceso de enseñanza-aprendizaje, no es ni una cosa ni la otra, pues primero, la evaluación del aprendizaje se ha confundido con aplicar “pruebas objetivas”, que lo único de objetivas que tienen es el nombre, por lo que se aplican pruebas carentes de forma y fondo, midiendo solo la capacidad de memoria de los alumnos, y no la capacidad para aplicar esos conocimientos en situaciones reales.
Por otra parte está la aun más descuidada evaluación de la enseñanza, pues unos resultados bien interpretados después de una auténtica evaluación, nos arrojan las áreas de oportunidad que deben ser atendidas por los alumnos, así como las áreas de oportunidad de los profesores que deben ser atendidas no con menos urgencia, a fin de rediseñar la planeación hecha al inicio de los cursos, haciendo los ajustes necesarios tanto en asesorías complementarias con los alumnos que muestren mayor rezago, como en la modificación de las técnicas y estrategias de enseñanza, lo cual repercutirá en índices de transición y eficiencia terminal más elevados, con niveles de reprobación y deserción cada vez menores.
Es de vital importancia que los profesores estemos en constante formación y actualización docente, por lo que resultaría ilusorio pretender estar vigente en esta loable actividad con los conocimientos adquiridos hace décadas. Por lo que la actualización nos daría a los profesores la posibilidad de dominar las nuevas tendencias pedagógicas, como una herramienta en pro del proceso de enseñanza-aprendizaje, aunado a estar en posibilidades de desarrollar actividades contextualizadas, con la intención de preparar a los jóvenes, más como personas que como enciclopedias, fomentando de manera activa la formación integral de estos; aunado a la realización de evaluaciones más completas que tengan como única función, la retroalimentación y mejora continua del proceso de enseñanza-aprendizaje, y no la obligación de asignar una calificación en las boletas respectivas.