Isaac M. Reyes Maza/ZONA LACUSTRE
En el marco de la tradición folclórica para recibir las ánimas de sus seres queridos ya fallecidos, ante casi 200 mil visitantes nacionales y extranjeros, como desde hace épocas prehispánicas, se realizó en la región purépecha lacustre de Michoacán, el ritual de velación de los fieles difuntos.
Con algunas variantes, pero sin perder su esencia, los comuneros, pescadores y artesanos indígenas de las islas de Janitzio, Yunuén y Pacanda, así como los aproximadamente 20 poblados étnicos que circundan el Lago de Pátzcuaro, como cada año lo hacen, desde la mañana del primero de noviembre arribaron con sus cargas de flores, velas, frutas, alimentos y el aromático copal, a los camposantos de las comunidades para adornar las tumbas de sus seres queridos ya fallecidos y montar la guardia en espera de las ánimas, que como lo marcan sus creencias y tradiciones, reciben esta época del año, el permiso de regresar en esencia espiritual a su punto de origen.
Cientos de miles de velas y veladoras iluminaron durante la noche del primero y madrugada del dos de noviembre los camposantos de Pátzcuaro, Tzurumútaro, Ihuatzio, Cucuchucho, Ichupio, Tzintzuntzan, Quiroga, Santa Fé, Chupícuaro, Parenchécuaro, San Andrés Coru, Oponguio, Puacuaro, Erongarícuaro, Uricho, Arócutin, Tócuaro, Tupátaro, y Cuanajo, que reflejaron las siluetas de familias purépecha que esperaron las ánimas de sus difuntos.
Mientras la luna reflejó en el Lago de Pátzcuaro, las ceremonias de danza armónica que en sus canoas realizaron, como lo acostumbran para esta ocasión, los pescadores de las islas de Janitzio, Yunuén y Pacanda, que dejó en los visitantes el sentir espiritual de la raza purépecha.
No faltó la práctica de la teruscan y campaneri (hurto y recolección), que sin que lo notara la mayoría de los visitantes por desconocer la tradición y ante la complacencia de los deudos que simulaban no enterarse cuando les tocaba ceder o les pillaran algo de sus ofrendas, efectuaban algunos indígenas que en forma espontánea se organizan en su propia comunidad para de esta manera construir a nombre del pueblo, un altar y ofrendas para los muertos que no tienen quien los recuerde.
En determinadas viviendas de poblados como Tupátaro, Cuanajo, Sante Fé de la Laguna la ketzitakua (ceremonia para los muertos recientes), estuvo presente como cada año.
Esta, también antiquísima tradición, a diferencia de la velación en los panteones, la ofrenda para los muertos recientes (quienes fallecieron en el año que va corriendo), se realiza en las casas donde vivieron.
El ritual consiste en la entrega-recepción de ofrendas que lleva la comunidad a la casa donde residía el difunto donde su ánima es esperada con música, casi siempre ejecutada por grupos de la comunidad, “porque no es duelo, es fiesta, al tenerlos aunque sea en espíritu con nosotros”, explica uno de los deudos.
Los indígenas, según el grado de parentesco o amistad, incrementan las ofrendas que consisten en pan, fruta o flores, al grado que los más cercanos afectivamente llevan los objetos a lomo de pequeños caballos de madera elaborado por el mismo doliente, llegando a juntarse en tan solo uno de los altares ofrendas, hasta 30 o 40 jacas, según lo numeroso de la familia y cantidad de amigos del difunto.
Al caer la tarde del 2 de noviembre, concluyen las ceremonias de velación y mientras las ánimas regresan al nivel espiritual que les corresponde, los deudos se incorporan a su cotidianeidad para continuar la tradición el año siguiente.