-Juicio de la representación teatral puesta en estacionamiento del CRAM
Marcos Elú Jiménez, Zamora
El dramaturgo es “testigo”, ya por experiencia propia o ya por investigación, de los acontecimientos que narra cuando escribe, está obligado a vivir detrás de su escritorio la ficción que nos ofrecerá en escena a través de los actores, de los “testigos” en que éstos se convierten cuando se prestan a portar una verdad que los espectadores buscan conocer mediante el juicio de la representación teatral, un juicio en el que nadie es condenado, ni absuelto, un juicio en el que no hay culpables.
La manera correcta de leer las coordenadas geográficas de Caborca, Sonora, es: 30 grados, 42 minutos latitud norte y 112 grados, 09 minutos longitud oeste, pero la ubicación de la Caborca de Paulina Barros Reyes Retana es imprecisa y sus coordenadas podrían ser cualesquiera que no sobrepasen el río Bravo al norte, ni el Suchiate al sur.
Caborca, Teatro, corresponde, más bien, a “coordenadas de realidad” (economía, cultura, educación, política, etcétera), y la realidad que Andrea Salmerón Sanginés nos propone a partir de las coordenadas que dicta la dramaturgia, podría suceder en el sótano de cualquier lugar de México.
Por eso las noches del 1 y 2 de febrero, que Caborca sucedió en los rincones más oscuros del estacionamiento del Centro Regional de las Artes de Michoacán (CRAM), en Zamora, el público agotó rápidamente las 60 entradas disponibles y aceptó sumergirse en la oscuridad y arrastrar su silla durante 90 minutos, siguiendo a los fantasmas maniqueos de una guerra, dispuestos a contarnos ―en la penumbra― del tiempo en que sus vidas se cruzaron.
El elenco está a la altura de las expectativas que genera una escenotecnia ambiciosa como la que Teatro en fuga configuró para Caborca. La obra es habitada por personajes testigos de una historia interesante que contar y por actores que dominan un trazo inteligente, que en espiral acorrala al espectador hasta atraparlo detrás de una cinta restrictiva de color amarillo, margen que al final lo descubre como parte de la escena del crimen.
A la entrada Alfonso Cárcamo mece sobre sus pies a un policía que permanece vigilando entre el público mientras Lila, la secuestrada, creada por Meraqui Pradis, tumbada sobre sus rodillas, nos hace cómplices de la lujuria violenta de la que fue víctima ante la negativa de su padre a “cooperar” con la organización, y da voz, en su paso por la maquinaria de la desaparición forzada, a otros personajes (íconos también del crimen organizado) que ya por la inocencia de su voz, o por su silencio mortuorio, aligeran la carga contándole, precisamente a ella, cómo la vida los metió al engranaje.
Es importante que temas como este lleguen por medio del teatro documental a ciudades como Zamora, que desde 2015 participa, intermitente, como epicentro de la violencia detonada por las actividades de “el narco”, y consciente de ello, en coinversión con Teatro en fuga A. C. el Maestro Erick Alba decidió que este 1 y 2 de febrero, Caborca fuera la primera oferta teatral del CRAM en 2017.