Por: Jesús Álvarez del Toro
Hoy, cuando es uno de los dos momentos del año en que el sol está situado en el plano del ecuador terrestre, donde alcanza el cenit; también es uno de los momentos más importantes de la historia local. Pareciera que existió una conjugación más allá del mero formulismo de fecha y como para que no se nos olvidara fácilmente, el 21 de marzo de 1745, nació en nuestra ciudad Juan Benito Cipriano Gamarra y Abalos, mejor conocido como Benito Díaz de Gamarra.
Haciendo honor a la fecha de su nacimiento, Díaz de Gamarra logró durante su efímera existencia un grado de desarrollo tal, que su vida puede ser considerada como una perpetua primavera.
Benito Díaz de Gamarra, a muy tierna edad fue llevado a México, donde se inscribió en el Colegio de San Idelfonso, en el que termina su bachillerato y a los 19 años de edad ingresa al Oratorio de San Miguel el Grande, entonces perteneciente al Obispado de Michoacán, donde se le nombrará Procurador del Oratorio ante las Cortes de Madrid y Roma: “A los veintidós partía, en calidad de Procurador de su Comunidad, a las cortes de Roma y de Madrid, acompañado del Padre D. Nicolás Pérez, de quien se separó en Cádiz. Pasma verdaderamente el inmenso provecho que supo sacar de su corto viaje a la culta Europa” (Emeterio Valverde Téllez. Influencia del Padre Gamarra en los estudios filosóficos).
Dos grandes vertientes han manifestado la importancia del zamorano Gamarra: la primera, ser el introductor de la filosofía moderna en la Nueva España, lo que le trajo innumerables problemas al interior de su propia orden religiosa y, segundo, haber influido en el pensamiento libertador de Miguel Hidalgo, tal y como lo sostienen Gabriel Méndez Plancarte y don Antonio Gómez Robledo.
En cuanto a la filosofía, Gamarra ha sido “la personalidad que encarna en grado eminente esta reforma de la escolástica, hasta llegar a un libre racionalismo es Benito Díaz de Gamarra, nacido en Zamora, Michoacán, en 1745. Publicó varias obras entre las cuales la más importante es Elementos de filosofía moderna (1774); Academias filosóficas (1774) y Errores del entendimiento humano (1781). Díaz de Gamarra se considera a sí mismo como un ecléctico… Ya Gamarra no acepta servilmente la autoridad de Aristóteles y dentro de un espíritu de libre examen se permite enjuiciarlo, sobre todo, para hacer ver que su obra ha sido alterada y no se conoce al verdadero Aristóteles. La filosofía es para Gamarra ‘el conocimiento de lo verdadero, lo bueno y lo honesto obtenido por la sola luz de la razón y el ejercicio del razonamiento’. Y así en esta definición de sabor cartesiano Gamarra establece el principio del racionalismo en el cual habrá de educar a varias generaciones de discípulos” (En México y la Cultura. Secretaría de Educación Pública –Segunda edición–. México, 1961, pp.687- 709).
En cuanto a la influencia que Gamarra ejerció sobre Hidalgo, la opinión de don Antonio Gómez Robledo desarrollada en la Conferencia pronunciada en el Auditorio Calvin Coolidge de la Biblioteca del Congreso, Washington, D.C., el 21 de junio de 1984, dentro del programa Juárez-Lincoln, es preciosa para nosotros los zamoranos: “En un terreno de filosofía pura, ajena, a fuer de tal, a la realidad concreta, está el doctor Juan Benito Díaz de Gamarra y Dávalos, miembro de la congregación del Oratorio, y quien, después de andar varios años por Europa, con el fin sobre todo de tomar contacto con la nueva filosofía, abrió cátedra en la villa de San Miguel el Grande, hoy San Miguel Allende (por haber sido cuna de uno de nuestros más esclarecidos libertadores), y el cual, Gamarra, no obstante haber fallecido antes de cumplir 40 años, alcanzó a escribir obras muy importantes, como Errores del entendimiento humano, tan variada y tan amena, y sobre todo tal vez la intitulada Elementa recentiorii, philosopkiae, “Elementos de filosofía moderna”… En este último libro, de tan cierto influjo, como luego lo haremos ver, en el bachiller Miguel Hidalgo y Costilla, su autor rompe lanzas con la filosofía escolástica, autoritaria e impositiva, para acogerse, en cambio, a la filosofía que denomina ecléctica (o electiva en latín) la que elige libremente, en las distintas escuelas, “cuanto en ellas está bien dicho”.
Don Gabriel Méndez Plancarte en el ensayo que escribió sobre don Miguel Hidalgo y Costilla: “Hidalgo, reformador intelectual”, se ocupa, también, de la influencia que Benito Díaz de Gamarra ejerció sobre el Padre de la Patria. Méndez Plancarte de inicio nos dice: “Al rechazar, pues “las formas sustanciales y accidentales” de Aristóteles, Hidalgo –aunque parece no darse plena cuenta del alcance de su actitud- se alinea abiertamente entre los “modernos” en aquella lucha que diez años antes había formalmente abierto, en la Nueva España, el felipense doctor don Benito Díaz de Gamarra y Dávalos, al publicar, en 1774, sus Elementa Recentioris Philosophiae”. (Hidalgo, reformador intelectual. Gabriel Méndez Plancarte. Lecturas Mexicanas. UNAM. Instituto de Investigaciones Históricas. México, 1994. PP. 571-572)
Méndez Plancarte abunda en la tercera parte de su ensayo, sobre la influencia de Gamarra, en el pensamiento de Hidalgo cuando nos dice: “No olvidemos que la Disertación de Hidalgo es de 1784. Diez años antes –como ya indicábamos- el felipense Díaz de Gamarra, de retorno de Europa y henchido de belicoso entusiasmo, había dado a luz sus Elementa Recentioris Philosophiae, que habían obtenido un éxito resonante hasta ser aceptadas como texto en la Real y Pontificia Universidad de México, por dictamen unánime de todos sus catedráticos, pero que habían suscitado contra el autor una violenta oposición de parte de no pocos “paleófilos”, o sea, amantes de lo antiguo, como llamaba Clavijero a aquellos que veían en toda nueva doctrina una amenaza a la ortodoxia religiosa, semejantes –dice Maneiro- a los “religiosos Senadores del Capitolio” que pretendían poner un dique a la triunfal irrupción de la cultura ateniense.
Ni una sola vez menciona Hidalgo la obra de Gamarra, pero me parece casi imposible que no la haya conocido, puesto que era el texto aprobado desde 1774 por la Universidad de México y el que su mismo autor explicaba a sus alumnos en el gran colegio de San Miguel el Grande (ciudad que entonces pertenecía, eclesiásticamente, al obispado de Michoacán).
Pero la obra de Gamarra, a su vez, tenía como antecedente la vasta y profunda labor de renovación filosófico-científico-literaria llevada a cabo, o a lo menos iniciada, por el eximio grupo de humanistas jesuitas expulsados a Italia en 1767; Campoy, Castro, Alegre, Abad, Dávila, Parreño y –más que todos, a mi juicio- Clavijero. No puedo aquí detenerme a exponer ese amplio movimiento de renovación cultural realizado por aquel núcleo privilegiado de jesuitas criollos. Algo he dicho de ellos en el volumen titulado Humanistas del siglo XVIII, y he sabido, con íntimo alborozo, que varios jóvenes, bajo la sabia dirección del doctor don José Gaos, están ahora profundizando en el estudio y valorización de esa época importantísima en la historia de nuestra cultura.
Fruto de aquel movimiento fue, a mi parecer, Guevara y Basoazábal, con sus Institutiones elementares Philosophiae, tan semejantes en su orientación general a la obra de Gamarra. Fruto del mismo poderoso impulso reformador –aunque no están todavía precisados los nexos que lo hayan unido con los jesuitas-, el propio Díaz de Gamarra. Fruto, finalmente, y desarrollo del mismo germen fecundo, la obra científica del presbítero José Antonio Alzate y de su valioso grupo.
¿Qué relaciones se podrán establecer entre ese movimiento renovador filosófico-científico-literario, y la Disertación de Hidalgo? A mí me parecen clarísimas: la Disertación de Hidalgo no es otra cosa sino la proyección, en el campo teológico, del mismo espíritu renovador y de idénticas tendencias fundamentales, aunque quizás en Hidalgo aparezcan un tanto más exageradas en ciertos aspectos, como, por ejemplo, la total y abierta repudiación del aristotelismo.
Paréceme, pues, innegable –atendiendo a todo lo expuesto- que la Disertación de Hidalgo debe considerarse como un exponente no despreciable de aquel profundo movimiento reformador de nuestra cultura que, iniciado por los jesuitas criollos en la segunda mitad del siglo XVIII, tuvo como sus más insignes representantes –además de los iniciadores- a Díaz de Gamarra, a Guevara y Basoazoábal (éste desde Roma) y al presbítero José Antonio Alzate. (Ídem. PP. 579-582).