Rebeca Hernández Marín / MORELIA
La producción y consumo de alimentos orgánicos oscila entre el glamur y la charlatanería debido al sobreprecio, de al menos 25 por ciento, que tienen tanto en el mercado interno como externo y porque la confianza es el valor agregado de esos productos, más allá de si cuentan o no con el sello que certifica cómo, cuándo y dónde se produjeron y procesaron.
Los mercados interno y externo de esos productos están en expansión y no por moda, sino porque los cultivos convencionales, a base de fertilizantes y plaguicidas químicos derivados del petróleo, degradan el suelo, contaminan el agua y tienen en jaque la salud de productores y consumidores.
Entre los jornaleros agrícolas del estado, en el 2012 hubo 268 intoxicados y hasta la semana 21 de este año se reportaron 54 casos; el promedio es de 200 personas intoxicadas cada año, sobre todo en las regiones de Zitácuaro, La Piedad y Pátzcuaro, informó el subdirector de protección contra riesgos sanitarios de la Secretaría de Salud (SS), Alejandro Molina García.
Se aplican sustancias químicas desde que se prepara la tierra, al sembrar, al germinar; cuando la planta crece se fumiga y todo con el “tanteómetro” y sin el equipo adecuado, a pesar de lo dañinas que son, sobre todo las órgano fosforadas, que se utilizan hasta para suicidarse, señaló el funcionario.
Sin embargo, los productores michoacanos son adictos a esas sustancias y realizan movimientos como el de Antorcha Campesina que, en días pasados, mantuvo durante dos semanas una “toma” de las instalaciones de Secretaría de Desarrollo rural (SEDRU), para exigir una dotación de 10 mil toneladas de fertilizantes químicos.
No existe programa institucional alguno para rastrear los residuos de los agroquímicos en los alimentos que se llevan a la mesa aunque la tecnología ha permitido el acceso a la información sobre los daños que ocasionan al cuerpo y, desde la década de los 70, los alemanes, japoneses y europeos, ha ido generado una corriente de vuelta a la naturaleza, al consumo de los alimentos producidos sin agroquímicos.
Por lo general, la agricultura orgánica se da en zonas de alta y muy alta marginación, a donde no llegó la modernidad ni la Revolución Verde, como la Sierra Costa michoacana donde, según el doctor en Agrobiología, Rubén Quintero, hay una superficie susceptible de producir orgánicos de cinco mil hectáreas, con un periodo de conversión de un año.
El proceso para la conversión es relativamente sencillo y barato, según el gerente general de la agencia certificadora Metrocert, México Tradición Orgánica, Mauricio Soberanes Hernández: de inmediato si se trata de terrenos que nunca han sido cultivados, de un año cuando se han cultivado sin agroquímicos y cuando esas sustancias han sido aplicadas la conversión tarda dos años en el caso de cultivos anuales y tres en los perennes; aunque hay productos que se aplicaron hace 25 años y todavía salen en los análisis de laboratorio como el DDT o cloruro de metilo.
En todos los casos se requiere de una declaratoria del productor,una inspección por parte de una agencia certificadora acreditada, que toma una muestra de suelo y lo manda a algún laboratorio con ISO17025, compatible en cualquier parte del mundo, para demostrar que no hay sustancias órgano cloradas u órgano fosforadas en el suelo.
Tanto tiempo puede ser desalentador para los productores convencionales que aspiran a convertirse en orgánicos, por lo que se han buscado mercados y certificados alternativos, por ejemplo el Rainforest, la ranita verde que se ve en algunos productos que se expenden en los supermercados, que otorga una organización muy seria cuando el productor ha reducido, al menos, en un 50 por ciento el uso de químicos, indicó Soberanes Hernández.