Laslo Losla
Noé Ortiz
Muchas de las políticas públicas, sobre las ejecutadas por organismos para gubernamentales (esos que no son parte del gobierno, pero operan con recursos públicos, como Institutos, Consejos, Comisiones u Organismos), caen en lo que me gusta llamar “el síndrome Laslo Losla”, o la exhaustiva carrera tras la fantasía.
Algunos recordarán el episodio de Don Gato y su pandilla, en el que Benito Bodoque intenta tocar el violín, pésimamente, pero que en un momento, cuando está ensayando en el callejón, Matute pone un disco del famoso violinista Laslo Losla, y todos creen que es Bodoque quien ejecuta magistralmente el instrumento. Esto lleva a todos a una loca carrera por preservar al genio y conseguir un jugoso contrato, para al final, descubrir que no sabe tocar.
Es tanta la urgencia de atender temas como transparencia, elecciones, salvaguarda de derechos o seguridad, por ejemplo, que las instituciones creadas pare ello se cierran a la realidad y crean a su alrededor toda una estructura burocrática, jurídica y administrativa que termina teniendo como prioridad principal encontrar resultados que justifiquen su existencia, aún si estos resultados tiene que extraerse de interpretaciones forzadas o manejo subjetivo de los datos, pero sobre todo, aplicando procedimientos sancionadores, mediaticamente llamativos.
Claro que a final de cuentas es mejor esto que carecer de órganos especializados en la materia, lo preocupante es que se sienten cada vez más lejanos del contexto en el que se desarrollan, aunque, también, reconozco, es difícil que sean de otra manera cuando se encuentran inmersos en una sociedad polarizada.